miércoles, 3 de noviembre de 2010

Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera - Kim Ki-duk - 2003

Nadie escapa a los cambios estacionales que dan ritmo a nuestra existencia desde que nacemos hasta que morimos; tampoco los dos monjes que comparten un monasterio aislado entre montañas. Bajo la atenta mirada del monje de más edad, el más joven vive el transcurso de las estaciones. Primavera: un niño monje se ríe de una rana que intenta librarse de una piedra en su espalda, pero deja de reírse cuando el monje mayor le hace lo mismo como castigo. Verano: el joven tiene ya 17 años y experimenta sus primeros sentimientos amorosos con la llegada de una muchacha convaleciente que necesita reposo. Otoño: el joven está en la treintena y regresa al templo, donde el mayor le azota cuando intenta suicidarse ante una estatua de Buda. Invierno: ya en la edad madura, el monje vuelve al monasterio, ahora deshabitado. Una mujer embarazada llega hasta allí. Primavera: el viejo monje conversa con la naturaleza. Cerca, un niño monje juega...

Los personajes de Kim son gente de pocas palabras. Como él ha manifestado en alguna entrevista, han sufrido alguna herida muy profunda, una decepción muy grande ha matado su fe y su confianza, y la violencia es para ellos un medio de comunicación. Esas escenas de violencia –a veces vuelta hacia los mismos ejecutantes– son las más expresivas del film, que por momentos puede distraernos, engañarnos, subyugarnos con un enorme placer visual. Kim proviene de la pintura, y con su fotógrafo Baek Dong-Hyun concibe cada plano como una obra pictórica, tanto en el aspecto compositivo como en el cromático. Logra imágenes de tal belleza que puede resultar abrumadora, y es evidente su búsqueda de la imagen perfecta, su deseo de impactar. Frente a esa escasez de diálogos, en este film dominado por lo visual las imágenes resultan por demás elocuentes. Inscriptas en la tradición de la estampa oriental, sobre todo la japonesa, sus composiciones reflejan la comunión entre hombres y animales, sugieren la apertura de la percepción y por consiguiente del alma, la necesidad del centro, la reencarnación y la irreversibilidad del destino.

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